viernes, 1 de junio de 2007

LA ESPERA

Todos esperamos algo en esta vida, esperamos ser ricos, esperamos tener salud y vivir muchos años, yo solo te espero a ti.

Parado aquí en una simple y vana estación del metro, esperando contemplarte y tocarte, imaginando como sería el momento de tu llegada, tapándome los ojos y susurrándome al oído, exhalando de una forma sensual, acariciándome las mejillas.

Eran las dos de la tarde, yo parado junto a un torniquete en la parte de adentro, me sentaba y me paraba, caminaba entre la gente que se aglomeraba para esperar esa limosina naranja para trasladarse a su trabajo, a su hogar, a veces solo me quedaba parado y extendía mis brazos y me imaginaba que volaba, que tu estabas ahí conmigo, que éramos uno mismo.

La tarde con ligera pincelada se veía desde el anden de la estación, se sentía un aire frío que estremecía mis desnudos brazos, se escuchaba el rugir de los automóviles, yo, solo estaba parado bajo el reloj, viendo como pasaban los minutos, cada segundo que pasaba mi esperanza se menguaba, pero mi mente me decía: “si va a llegar, tu tranquilo, si va a llegar”.

La gente me veía y susurraba, tal vez pensaban que yo estaba esperando a alguien, pero ¿ Quién no espera algo o a alguien?, pasaban los minutos que parecían siglos, te esperaba con tantas ganas como las de un prisionero que espera la hora en la que va a salir de la cárcel, yo también era un preso, de mis ganas de tocarte, de mis ganas de tenerte, de hablarte.

Al otro lado del anden estaba una mujer parada justo abajo del reloj, tenía más tiempo esperando que yo, en un momento quise brincar al otro lado y decirle que ya no hay que esperarlos, que había que fugarnos y olvidarnos de ellos, de fundirnos en el amor y no seguir esperándolos, pero mi miedo a brincar ese profundo y negro hoyo era más grande que mi desesperación.

Ahí estas, pero por que estas hasta allá, ahora estas aquí, ahora estas allá, mi mente ya divagaba, te quería ver aquí y allá, miraba a una mujer y veía tu hermoso y terso cutis, tus ojos hechiceros, tu cabello rojo como llama de lo más profundo del infierno, como fuego helado del mundo en donde tu impuntualidad me desterró.

Era ya de noche, la luna se veía, espléndida y glamorosa en lo más alto del cielo, las estrellas me alumbraban, los búhos cantaban, cada graznido de ellos carcomía mis oídos, trataba de soñar como sería el momento de tu llegada, lo que me dirías, poniendo de pretexto que tuviste que ayudar a tu madre, aunque los dos sabíamos que ya no tenias, después me susurrarías al oído “ te amo”, esto después de que yo te reprochar tu retraso, tu me besarías y mi ser se estremecería y harías que me callara.

De pronto una voz grave y siniestra me hizo regresar a este mundo, mi mente regresó a mi cuerpo, era un policía, me decía que ya desalojara la estación, que era un vago, un estúpido que llevaba ocho horas ahí esperando, que me apurara porque el tenía esposa y un hijo y los quería llegar a ver, lo entiendo yo haría lo mismo si tuviera familia, pero yo parecía ido, viendo en la cara del policía su rostro, su voz se volvía tu voz, me decía te amo, pero en realidad me la estaba mentando, gritaba que era el último metro, que lo abordara o que me largara si no me desalojaría por la fuerza.
En ese momento entró en mi una rabia inmensa como el cielo y el mar, se mezcló que ella no llegaba y que el me gritaba, me pare y lo tome por el chaleco y le dije: “tú que esperas, vivir, ser rico, tener salud”, nunca me lo pudo contestar, el yacía muerto en ese profundo y negro hoyo llamado vías, y yo, tirado en el anden muerto en vida por esta cruel espera.

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