lunes, 7 de septiembre de 2015

AGUAMANIL

Debería bastar con decir basta para que la noche dejara el postigo de la puerta. Debería bastar con nacer para qué estuviéramos despojados de toda cifra o indicio. Debería bastar con morir una vez para dejar de ser lo que somos, para que los demás dejaran de confundir el este con el ese o el aquel; el que fuimos o no seremos antes de ser nosotros. Debería bastar con maldecir una vez al monstruo que habita la sombra. Pero no, ya no basta con bastar. Ahora la noche se queda y hay que aguantar la homilía de los grillos, la tenacidad de las voces, el infortunio de los vencidos. Hay que morir varias veces para entender que el monstruo de la sombra, aquel dueño y señor de la lluvia, aquel que es una pobre deformación de la piedad por uno mismo, ese monstruo mustio que llega solo y nos devora y vomita, sólo es nuestro reflejo, el que habita en el agua estancada de un lavamanos a las dos de la mañana.

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