viernes, 5 de junio de 2015

SIN UNO MISMO

No tengo mucho que decir, excepto que una tristeza me embarga. Sí, me embarga. Pero no es de esos embargos rápidos, sutiles; no es uno de esos de entrada por salida generado por una deuda súbita. No, éste embargo, si le puedo seguir diciendo así, me quita un poco de aquí, un mucho de allá. Por ejemplo, hace años se llevó el recuerdo de cómo era tú voz y me dejó sólo con el tono intermitente de una línea ocupada; entró mientras dormía y me despojó del aroma de tú cabello cuando estabas recién bañada. Tal parece que mi deuda es monstruosa y la tristeza se ensaña. Los intereses por el millón de estupideces que cometí contigo son incalculables. Los quince dígitos de mi sumadora Casio no son suficientes para mostrarme el número indicado; el que al saberlo, me dejaría un poco tranquilo, ya que dedicaría todo por saldarlo. No, la tristeza me embarga y lo peor de todo es que no hay divisa o inmueble que la satisfaga.

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